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jueves, 26 de mayo de 2011

Mi confrontación con la docencia


El presente escrito representa una reflexión sobre el trabajo realizado en el primer módulo de la especialidad en Competencias Docentes.
Mi nombre es Coral Selene Pizarro y soy Ingeniero Industrial con Diplomado en Informática e Ingles y a continuación les muestro un breve relato de mi confrontación con la docencia.
En 1991 terminando mis estudios profesionales y cuando aun no se celebraba ni siquiera mi ceremonia de graduación del tecnológico se me presento una oportunidad: la de ser maestra del Cetis de mi ciudad. ¿Por qué acepte este empleo si nunca pasó por mi mente ser maestra?
No puedo decir que después de un análisis concienzudo tome la decisión, seria mentira. La verdad solo me presente en la escuela (enseguida de la mía) y tras una breve e informal entrevista pase a formar parte de la planta docente. No fui resultado de una exhaustiva selección, simplemente   el CETis necesitaba egresados del tecnológico con titulo por promedio y, modestia aparte, yo era una de los únicos tres que lo tenían.
Apenas con 20  me convertí en maestra de  jóvenes de 17, mi madre mujer sola y trabajadora siempre ingreso a sus hijos a la escuela a muy temprana edad.  Profesionista recién egresada,  totalmente inexperta y sin un gramo de pedagogía inicie mi aventura. Fui una estudiante dedicada y exigente, por lo que me convertí en una maestra exigente.  Me  costaba trabajo ver a un grupo de jóvenes totalmente diferentes a mí  y a lo que yo recordaba de la prepa a la cual  pertenecí. Observaba como en esta escuela los jóvenes, más que preocuparse por aprender, querían socializar, incluso con los maestros, cosa que nunca observe en mi fría y absorbente escuela preparatoria.
Así comenzó mi gran aventura, aprendiendo a enseñar.  Como casi todos lo que ingresamos a la docencia, no recibía una remuneración económica envidiable, pero lo que si era realmente satisfactorio era compartir mis conocimientos con un grupo de jóvenes que, aunque en su mayoría desinteresados, al fin adolescentes, aprendían a pesar de todo, contra viento y marea.
Como muchos  de mis compañeros empecé a percibir carencias: la infraestructura de la escuela no cumplía satisfactoriamente las necesidades para impartir las clases, los grupos eran demasiado numerosos y no todos los alumnos alcanzaban computadoras. Por otro lado, yo docente nueva carecía de las técnicas adecuadas, además los docentes antiguos mostraban tanta seguridad que rayaba en la prepotencia. Obvio que ellos elegían las materias y horarios deseados, y yo tenía que impartir cualquier materia que quedara después de ese inequitativo reparto. Eso me ayudo a dominar diferentes materias,  algo muy positivo, pero por otro lado no sacaba a los antiguos docentes de su área de confort. No prosperaban. Esto aunado a un grupo de jóvenes con diversos problemas no solo económicos sino también familiares y psicológicos, sin contar que en  lo general muestran desinterés por destacarse académicamente, solo  lo necesario para aprobar.
Ante la ansiedad característica de todo nuevo docente y esa necesidad de innovar en cada nueva materia,  pase un periodo de adaptación, como dice José Manuel Esteve, un proceso de aprendizaje, un proceso a prueba y error.
 Lo que se llama “el malestar docente” lo hemos vivido casi todos los profesionistas a los que la vida nos ha llevado por este camino. No dudo que haya maestros de vocación obligados a ser ingenieros y que luego realizaran su sueño al ser contratados en alguna escuela, pero, la mayoría de los casos, corresponde a una situación completamente contraria. Me decía un compañero de la escuela a la que pertenezco, “quienes nos dedicamos a la docencia somos profesionistas frustrados, porque si hubiésemos querido terminar como maestros, hubiésemos estudiado para ello”. Me costo en su momento contradecirlo, es más, creo que en parte estaba de acuerdo.  Seguramente ese análisis tenía su verdad, pero solo en parte.
Cuando debemos elegir que profesión estudiar la mayoría de nosotros nos quedamos con lo que nuestros recursos permiten, lo que haya en la localidad, lo que no implique gran costo económico. Además, somos tan jóvenes que no estamos seguros si ser médicos o maestros, ingenieros o licenciados, totalmente desubicados. Tal vez la vida nos llevo a la docencia porque eso era realmente lo que debíamos ser. Las satisfacciones del docente son muchas,  es una profesión ambivalente, lo mismo causa ansiedad que pasión, lo primero al enfrentar a una clase desinteresada y aburrida y lo segundo al ver a los alumnos lograr el aprendizaje.  Sin duda, esa era y es la mayor satisfacción, el ver a los jóvenes aprender, realizarse y vivir su juventud con entusiasmo.
Al paso de tiempo, corrigiendo errores y apuntalando lo positivo, se llega también a ser libre como docente, de ensayar  nuevas técnicas para explicar un tema, de cambiar formas y modificar contenidos convertir cada clase en una aventura.  Ahora comprendo que la escuela puede ser un sitio adónde vamos a aprender, donde compartimos el tiempo, el espacio y el afecto con los demás;  permitiéndoles a los alumnos entenderse a sí mismos y explicarse el mundo que los rodea.
Es necesario enfrentar nuestras necesidades y estar dispuestos a capacitarnos y adaptarnos a los cambios que la educación requiere, debemos tener en claro que la docencia es una gran satisfacción, pero también un gran compromiso. Hoy me percibo como una docente que valora su trabajo, que planea su clase, que se involucra con sus alumnos, que sabe que el pensar y el sentir van de la mano, que sabe que tiene que ser parte de una renovación pedagógica, aprender, dar lo mejor de sí en beneficio de sus estudiantes, sentir orgullo de ser maestra.
Han pasado casi 19 años, muchos cursos, incontables experiencias. Han egresado cientos de jóvenes desde entonces, pero me complazco en decir, que aun y cuando no recuerdo todos los rostros (mucho menos los nombres), cuando encuentro un ex alumno ahora convertido en licenciado, maestro,  contador, empleado, etc. siempre me sonríe y me atrevo a decir que detecto cariño. En ese momento sé que fue mi alumno. La  mente se me esclarece identificando su rostro y en ocasiones hasta su nombre, y sé que el trato que voy a recibir en esa oficina, escuela o negocio será especial, porque siempre seré su maestra, la maestra Coral.

Coral Selene Pizarro

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